¿Indecisión?

La toma de decisiones

Ante la toma decisiones, dudamos y a veces cuesta atinar cómo sortear las dificultades que van saliendo al paso. La duda ante que opción tomar, el miedo a no acertar, la pérdida de las opciones descartadas, pueden detener el proceso.
No es extraño que una decisión aparentemente sencilla, alcance una complejidad insospechada que nos conduce a la interrupción del proceso, es decir, a no decidir. La indecisión indica que algo se ha interpuesto.
La toma de decisiones pasa inevitablemente por la duda, el miedo a no acertar, el duelo por la pérdida de las opciones descartadas. Eso quiere decir atravesar por la incertidumbre de no saber qué ocurrirá. Nos exigimos una respuesta clara y precisa y, además, inmediata, sin tener en cuenta la complejidad que implica cada decisión. Decisiones que desde una mirada objetiva las consideramos simples, sin embargo subjetivamente, alcanzan gran complejidad cuando afectan a aspectos ocultos de nuestra intimidad.
Así pues, cuando el proceso de elección se detiene indica que alguna dificultad ha salido al paso. Entonces, lo que experimentamos como una dificultad, incluso como una incapacidad de decidir, toma la dimensión de oportunidad, pues nos permite adquirir nuevos conocimientos de nuestra vida interior y aprender distintos modos de manejarnos según el estilo de cada cual.

LA INDECISIÓN DE JOAN

Veamos que nos muestra el caso de un paciente al que llamaré Joan. Joan tiene 48 años y es directivo de una empresa. Acude a mi consulta porque no entiende por qué no es capaz de decidir en un tema personal cuando en su trabajo toma una decisión tras otra. Sabe por experiencia que no siempre acierta pero, la incertidumbre, no le impide tomar las decisiones que caen bajo la responsabilidad de su función.
Por ello como directivo, se siente apreciado y reconocido en su ámbito laboral. Pero en el terreno personal se muestra muy abatido ante lo que él define como su incapacidad de decidir.

DECIDIR, CONLLEVA UN TRABAJO

Escucho los lamentos de Joan respecto al tiempo transcurrido por su indecisión. Hace un año que ya podía haberlo resuelto. El dejar pasar el tiempo alarga su sufrimiento y perjudica a su familia. Habla de los motivos familiares y del porqué se siente empujado a elegir. Todo muy bien argumentado. ¿Pero, cuál es la decisión? Sorprendido por mi pregunta y tras unos instantes de silencio, dice pertenecer a la junta directiva de una entidad sin ánimo de lucro y ha llegado el momento de dejarlo. Quiere dedicar ese tiempo a sus hijos porque su familia le echa en falta.

Tiempo atrás se sentía incómodo ante las quejas de su pareja y las discusiones entre ambos por el poco tiempo que él dedicaba a los niños. Sin embargo, ahora anhela dedicarles su tiempo libre. Quiere montar en bicicleta y jugar al tenis con ellos.

Tal como lo presenta entiendo que la decisión está tomada, pero lejos de darlo por hecho, lo verifico. ¿Así, que has decidido dedicar el tiempo libre a tus hijos? Sí, sin duda. Contesta rápidamente. Entonces, ¿por qué no lo haces? ¿Qué lo impide? Escucho el silencio que dejo transcurrir mientras él intenta decir algo sorteando la emoción.

En este momento nace una conversación en la que sesión a sesión se desarrollará el trabajo terapéutico. Joan relata lo importante que es para él esa entidad y lo mucho que le ha dolido elegir apartarla de su vida. Dolor que ha vivido en la soledad del silencio, pues cuando lo intentaba compartir, los interlocutores le quitaban importancia o se preocupaban más por sus hijos que por él. Al principio no podía ni pensarlo. Estaba muy apegado a la entidad pues él la había creado y lo vivía como si renunciara a sí mismo. Afortunadamente ya no lo ve así, dice que puede seguir siendo él aunque no se dedique en cuerpo y alma a su quehacer social.

Desde hace un tiempo, Joan, dice encontrarse desorientado. Ha logrado superar el apego a la entidad que le parecía tan complicado. No obstante, sigue siendo incapaz de llevar su decisión a cabo. Su experiencia como directivo le ha enseñado que una decisión que no se lleva a la práctica no es una decisión. Eso le duele un montón y le atenaza en su incapacidad. ¿Cómo salir de ahí?

Joan, ¿qué va en contra de tu deseo? Le pregunto. La vanidad. No había caído en la cuenta que al dejar su cargo en la entidad, perdería la fuente más importante de reconocimiento social y de contactos a distintos niveles. Al mismo tiempo, al escucharse, se da cuenta que no hay otra alternativa que aceptar la pérdida.
Acto seguido, se presenta un nuevo tema. Él se define como una persona muy emocional porque los afectos le pueden. ¿Qué afectos te pueden? ¿Qué pasará con mis amistades cuando les comunique que no cuenten más conmigo? Teme ceder ante la presión que ejerzan sobre él sus compañeros de la entidad. Se siente amenazado por la pérdida de su amistad, pues su círculo social y afectivo está estrechamente vinculado a la entidad. Por más vueltas que le da, no llega a pasar de suposiciones que van cayendo una tras otra. Por más que se esfuerce no puede saber cómo cada una de las personas va a responder. Ni tampoco como le afectará a él la respuesta de cada cual. Avanzar acontecimientos no le sirve porque luego suceden otras cosas. Le ha ocurrido en más de una ocasión. Entonces, no le queda otra que llevar su decisión a cabo, es decir, comunicar a la junta de la entidad su partida y ya ira encontrando como manejarse sobre la marcha.

 

De ROSALINA SICART,
PSICOANALISTA Y PEDAGOGA