CUIDARSE PARA SEGUIR CUIDANDO

Cuando hablamos de cuidar pensamos en madres, enfermeras, maestros, trabajadores sociales, cuidadoras de personas mayores… No ha cambiado mucho lo de pensar en femenino, aun así, ya no es nuevo oír hablar de la importancia de cuidar a las personas cuidadoras.

 

El reconocimiento del trabajo del cuidador es muy reciente y también la mirada hacia su propio cuidado. Nuestra cultura enfoca la educación hacia el altruismo, la atención al otro antes que a uno mismo. No queremos que piensen que somos «egoístas». Además, según la persona, se puede añadir la necesidad de sentirnos útiles, cercanos, que nos valoren como buenas personas…o evitar sentirnos culpables de no hacer lo correcto.

 

Encontramos personas muy cuidadoras ya desde pequeñitas, como hermanas mayores que cuidan de los demás hermanos como una «madrecita», que ayudan en casa y se hacen responsables incluso de tareas que les corresponden a los adultos. Y, realmente, los adultos premiamos y reforzamos las actitudes responsables y «adultas» en los niños, valoramos extremadamente la actitud cuidadora ya en los pequeños. Eso da sentido a la vida y puede llevar a la persona a escoger profesiones relacionadas con el hecho de cuidar de forma sana o no.

 

Si se escoge un trabajo como «cuidador» de forma vocacional suele conllevar una implicación emocional mayor y la posibilidad de sobrepasarse y perder el equilibrio entre cuidar y cuidarse. Eso suele intensificarse cuando, sin ser una profesión, cuidamos a un familiar o ser querido. La relación emocional entre la persona cuidada y el cuidador puede ser un factor desestabilizador, aumentando la culpa cuando «dejo de cuidar» y haciéndome perder la salud por no querer dejar de cuidar ni un momento.

 

Si nos dejamos llevar por los prejuicios, el qué dirán, lo que yo mismo pensaré de mi «fallando»… es fácil entrar en crisis y perder el equilibrio emocional y la salud. Cuando estamos en ese punto solemos atraparnos en la emoción (culpa, pena…), y dejamos de atender el resto de nuestras necesidades biológicas, psicológicas… Dejamos de cuidarnos.

 

No podemos cuidar a los demás sin cuidarnos a nosotros mismos. Para cuidar necesitamos salud y ésta requiere equilibrio, equilibrio entre lo que siento, lo que pienso y lo que hago. Escuchar que necesito yo para estar bien y lo que puedo hacer por los demás.

 

 

El caso de Esther

 

Esther (nombre ficticio) tiene 66 años, viuda, con un hijo casado y dos nietos preadolescentes. Vive con su madre de 87 años a quien cuida. Viene a consulta aconsejada por la familia por la reciente viudedad. Su marido murió hace seis meses de un infarto. Se muestra triste y expresa malestar general y pérdida de sentido en la vida. Su salud física es peor de lo que aparenta. Tiene tensión alta, osteoporosis grave para su edad y algunas vértebras cervicales desgastadas que le provocan vértigos ocasionales, pero inhabilitantes.

 

Actualmente se encuentra perdida y desbordada. No tiene aceptada la pérdida de su marido. Todavía piensa en todos los planes que tenían para cuando pudieran viajar y no puede relajarse porqué su madre es totalmente dependiente, hay que hacérselo todo y estar pendiente de ella las 24 horas del día. No deja que nadie lo haga por ella.

 

Se describe como una persona responsable y que hace lo que hay que hacer. Comenta que su hijo la considera muy exigente, pero ella no lo ve así, ya que no se exige nada que no tenga que hacerse y cree que cualquiera haría lo que ella. Nunca tiene tiempo para salir a tomar algo con amigas o a pasear. Cuando tiene tiempo ayuda al hijo con las nietas, comida, compras…todo lo que puede.

 

Es la mayor de cinco hermanos y siempre se ha encargado de la familia junto a su madre. Cuando se casó se quedó con sus padres y sus hermanos pequeños y seguía cuidándolos a todos. Más adelante junto a su hijo. Nunca se planteó nada que no fuera trabajar duro y cuidar a todos. Su bienestar depende de que todos a su alrededor estén bien y no les falte nada.

 

Trabajo terapéutico

 

Planteamos un trabajo de escucha activa para ir acogiendo la parte emocional que está poco reconocida y aceptada. Empezamos poniendo nombre a la tristeza por la pérdida de su marido. Esther lo acepta, pero considera que ya debería estar mejor para cuidar a su madre.

 

Observamos rigidez y autoexigencia con respecto a sus emociones y sus deberes. Eso se traslada a los demás. A pesar de ser una gran cuidadora, a veces muestra falta de empatía hacia los sentimientos de los demás, se muestra dura.

 

La ayudamos a hacer una revisión detallada de sus hábitos en todas sus dimensiones: acciones, emociones, pensamientos y efecto en los demás. De entrada, lo vamos haciendo en las sesiones porqué fuera entra en su rol automático de cuidadora y no se para ni un momento.

 

Poco a poco se hace consciente de su gran necesidad de control, no sólo de que todo salga bien sino también de que todos estén contentos. Si no es así, que es a menudo, se muestra tensa y angustiada. No lleva nada bien estar enferma. A la mínima que el cuerpo se lo permite vuelve a su rutina de cuidar.

 

Exploramos como ha manejado ese malestar hasta ahora y porqué consulta en este momento. Nos encontramos que, hasta este momento, tenía puesta toda su confianza en su esfuerzo para reencauzar de nuevo la situación y solía conseguirlo, aunque acabando muy cansada. Lo de consultar ahora es, primero por petición familiar, pero también porque reconoce que, en este momento tiene miedo de no poder seguir cuidando a su madre de la misma manera que antes de enviudar. El cansancio no remite y empieza a considerar que la tristeza le afecta más de lo que cree.

 

En este punto Esther empieza a “verse” en su parte emocional y tiene la necesidad de buscar el equilibrio entre lo que siente ahora y lo que cree que debe hacer. El objetivo es reconocer la situación de duelo reciente y cómo eso afecta su día a día. Aprender a darse permiso de sentir, no sólo hacer lo que debe. Reconocer su autoexigencia y flexibilizarla, añadiendo actividades sólo para ella y para descansar de cuidar, en definitiva, para cuidarse. Tiene miedo de dejarse ir en la emoción y no poder remontar.

 

Evolución

 

Esther va tomando conciencia de la necesidad de hablar de su tristeza para sobrellevarla mejor. Eso la lleva a encontrarse más tranquila y repercute en tener mejor humor con su madre y toda su familia y la reacción de los demás hacia ella también mejora. Eso implica aceptar ayuda por parte de su familia y tomar decisiones sobre delegar algunas responsabilidades, confiando y no sintiéndose culpable.

 

A medida que avanza aprende a “leer” sus emociones y aceptarlas para ajustar su esfuerzo de forma más equilibrada. Poco a poco se da cuenta de los beneficios de reenfocar el sentido de su vida en cuidarse a ella misma para poder cuidar mejor.

 

No va a cambiar su esencia cuidadora y exigente, pero el hecho de escucharse ayuda a no excederse en el esfuerzo ni en la dirección equivocada. Aprende a poner límites entre su necesidad de cuidar y la necesidad de cuidarse la salud y su bienestar.

 

¿En qué se traduce esto? Esther empieza a quedar con amigas para salir alguna tarde, ha aceptado ayuda para cuidar a su madre y ha aprovechado para apuntarse a cantar en el ateneo del barrio. “Yo pensaba que todo era atender a la familia, pero si me distraigo con otras cosas todos están más contentos y yo me lo paso bien”. Empieza a confiar en ella misma y no sentir culpa cuando no llega a algo que quería hacer.

 

Según nos cuenta, sus nietos son los que más le ayudan a romper ciertos prejuicios y ve en ellos esa parte de escuchar sus propias necesidades y poner límites al esfuerzo cuidador desmesurado.

 

Por mucho que parezca contradictorio no podemos cuidar bien de nadie si no tenemos en cuenta nuestras necesidades y procuramos cuidarnos lo mejor posible.

 

 

M.Dolors Pallarès i Ramon, Psicóloga, profesional de “Integral. Cooperativa de Salut”

 

 

 

Palabras clave: Cuidar, culpa, sentido de la vida, equilibrio, prejuicios, salud.